EL AUTOR DEL UNIVERSO.
De la confusión a la Fe: El Laberinto.
Como no hay efecto sin causa, quien más quien menos ha sentido alguna vez el impulso de averiguar los motivos por los que continuamente nos vemos rodeados de infelicidad, desconcierto y miseria.
Y, a ser posible, nos gustaría descubrir si existe alguna razón sobrenatural que dé sentido a tanta injusticia; el papel que nos corresponde jugar a nosotros en esta vida y, si aún no tenemos dormido el corazón, también querríamos saber cómo podemos colaborar en mejorar lo mejorable.
A todos nos gustaría creer en un dios justo y todopoderoso pero, al parecer, no puede demostrarse fehacientemente su existencia aunque, igualmente, tampoco podemos rebatirla categóricamente.
La ciencia es perfectamente capaz de explicar el desarrollo evolutivo de la materia y de la vida desde sus orígenes; pero no puede hallar solución lógica para la existencia y el porqué, precisamente, de esa materia y esa vida que tan bien sabe analizar después.
El ser humano está dotado de inteligencia y esa es la herramienta básica que tenemos para conocer los misterios del universo. Sin embargo, esa inteligencia es interferida muchas veces por el orgullo, los temores o los prejuicios.
Cuando algo sobrepasa nuestra capacidad de razonamiento, tenemos tendencia a negar que pueda ser posible, salvo que se nos pueda demostrar muy palpablemente su existencia.
Y, a ser posible, nos gustaría descubrir si existe alguna razón sobrenatural que dé sentido a tanta injusticia; el papel que nos corresponde jugar a nosotros en esta vida y, si aún no tenemos dormido el corazón, también querríamos saber cómo podemos colaborar en mejorar lo mejorable.
A todos nos gustaría creer en un dios justo y todopoderoso pero, al parecer, no puede demostrarse fehacientemente su existencia aunque, igualmente, tampoco podemos rebatirla categóricamente.
La ciencia es perfectamente capaz de explicar el desarrollo evolutivo de la materia y de la vida desde sus orígenes; pero no puede hallar solución lógica para la existencia y el porqué, precisamente, de esa materia y esa vida que tan bien sabe analizar después.
El ser humano está dotado de inteligencia y esa es la herramienta básica que tenemos para conocer los misterios del universo. Sin embargo, esa inteligencia es interferida muchas veces por el orgullo, los temores o los prejuicios.
Cuando algo sobrepasa nuestra capacidad de razonamiento, tenemos tendencia a negar que pueda ser posible, salvo que se nos pueda demostrar muy palpablemente su existencia.
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No es inteligente negar algo que podemos constatar sólo porque no podamos saber como ocurre. Sin embargo, en los temas metafísicos, muchas veces nuestro temor es más fuerte que nuestra capacidad de razonamiento objetivo.
Tiene su lógica que nuestra necesidad de seguridad no quede satisfecha con simples razonamientos. Pero hemos de admitir que es una falsa lógica, basada en cuestiones psicológicas más que en la pura objetividad racional.
Sabemos perfectamente que el mundo material en el que vivimos ha tenido un origen y, posiblemente, haya de tener un final. En un momento dado, una gran explosión –el Big Bang- surgió de la nada y creó este universo.
Los científicos así lo ratifican y, a pesar de que ninguno de nosotros estuvo allí para verlo, a nadie le cabe duda de que eso es así.
Ahora bien, esa creación desde “la nada” sólo puede tener dos explicaciones plausibles: o bien hay un creador o bien ha sido fruto del simple azar.
En principio, la primera opción parece la más lógica. Es inimaginable que algo pueda surgir desde la nada porque, por definición, de La Nada nunca puede surgir nada.
Habría que deducir, por consiguiente, que algo diferente a la nada ha sido el responsable de esta creación y, ese algo, tiene necesariamente que tener autoexistencia desde siempre.
Es decir, dado que hay una creación, tiene que haber un Creador diferente a la nada: algo con vida propia sin principio y, lógicamente, sin final.
Tiene su lógica que nuestra necesidad de seguridad no quede satisfecha con simples razonamientos. Pero hemos de admitir que es una falsa lógica, basada en cuestiones psicológicas más que en la pura objetividad racional.
Sabemos perfectamente que el mundo material en el que vivimos ha tenido un origen y, posiblemente, haya de tener un final. En un momento dado, una gran explosión –el Big Bang- surgió de la nada y creó este universo.
Los científicos así lo ratifican y, a pesar de que ninguno de nosotros estuvo allí para verlo, a nadie le cabe duda de que eso es así.
Ahora bien, esa creación desde “la nada” sólo puede tener dos explicaciones plausibles: o bien hay un creador o bien ha sido fruto del simple azar.
En principio, la primera opción parece la más lógica. Es inimaginable que algo pueda surgir desde la nada porque, por definición, de La Nada nunca puede surgir nada.
Habría que deducir, por consiguiente, que algo diferente a la nada ha sido el responsable de esta creación y, ese algo, tiene necesariamente que tener autoexistencia desde siempre.
Es decir, dado que hay una creación, tiene que haber un Creador diferente a la nada: algo con vida propia sin principio y, lógicamente, sin final.
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Llegados a este punto es cuando la inmensa mayoría de la gente se queda atascada en su razonamiento. Nuestra experiencia cotidiana nos dice que todo ha de tener un principio y, a su vez, nuestro raciocinio nos indica que nada que tenga un principio puede ser el primer creador.
Entra dentro de la lógica el que lo creado no pueda comprender, en toda su dimensión, a su creador.
Como también entra dentro de la lógica el que nuestro ego se resista a aceptar una explicación en la que su incapacidad para entender la naturaleza de la creación le sigue dejando una sombra de incertidumbre.
Analicemos ahora la otra hipótesis. Aunque resulte inverosímil, vamos a suponer que no es otra cosa que la casualidad lo que ha dado origen a este universo.
Este universo, además de haber sido creado, está permanentemente sustentado gracias a unas leyes inmutables sabiamente relacionadas entre sí.
La ley de la gravedad, la causa y el efecto, las fuerzas centrífugas, el electromagnetismo, la estructura y propiedades de los átomos, la relatividad, la infalibilidad de las leyes matemáticas, etc.
Todas estas leyes forjan entre sí un maravilloso orden cósmico, de tan extraordinaria complejidad, que la posibilidad de que todo ello haya sido fruto del azar es impensable.
La casualidad es incompatible con la impresionante coordinación con que está configurado este universo que, si sabemos contemplarlo alejando nuestro pensamiento de nosotros mismos por un momento, descubriremos llenos de admiración toda su inconmensurable grandeza.
Usando las matemáticas del cálculo de probabilidades, el matemático Michael Starbird, a partir de los resultados obtenidos mediante los complejos análisis de probabilidades en proyecciones informáticas hechas con ayuda de computadoras:
“Demostró que la probabilidad de que exista por azar un universo como el que tenemos es cero”.
Entra dentro de la lógica el que lo creado no pueda comprender, en toda su dimensión, a su creador.
Como también entra dentro de la lógica el que nuestro ego se resista a aceptar una explicación en la que su incapacidad para entender la naturaleza de la creación le sigue dejando una sombra de incertidumbre.
Analicemos ahora la otra hipótesis. Aunque resulte inverosímil, vamos a suponer que no es otra cosa que la casualidad lo que ha dado origen a este universo.
Este universo, además de haber sido creado, está permanentemente sustentado gracias a unas leyes inmutables sabiamente relacionadas entre sí.
La ley de la gravedad, la causa y el efecto, las fuerzas centrífugas, el electromagnetismo, la estructura y propiedades de los átomos, la relatividad, la infalibilidad de las leyes matemáticas, etc.
Todas estas leyes forjan entre sí un maravilloso orden cósmico, de tan extraordinaria complejidad, que la posibilidad de que todo ello haya sido fruto del azar es impensable.
La casualidad es incompatible con la impresionante coordinación con que está configurado este universo que, si sabemos contemplarlo alejando nuestro pensamiento de nosotros mismos por un momento, descubriremos llenos de admiración toda su inconmensurable grandeza.
Usando las matemáticas del cálculo de probabilidades, el matemático Michael Starbird, a partir de los resultados obtenidos mediante los complejos análisis de probabilidades en proyecciones informáticas hechas con ayuda de computadoras:
“Demostró que la probabilidad de que exista por azar un universo como el que tenemos es cero”.
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Y la posibilidad de que exista por azar cualquier otro universo concreto también es cero. Si no hay una inteligencia divina que pone en marcha, o crea, las partes y el todo del Universo, queda absolutamente inexplicada la existencia misma del hombre...
«No hay incompatibilidad alguna entre la ciencia y la religión... La ciencia demuestra la existencia de Dios». Derek Barton, premio Nóbel de química en 1969.
Atribuir toda la majestuosa complejidad de La Creación a la casualidad, es semejante a afirmar que un ordenador, o Internet, son fruto de la casualidad y no han necesitado unas mentes que, previamente, hayan sido capaces de elaborar la compleja tecnología que las hace surgir...
Pero ese mismo mundo científico, acepta que el caos no puede generar orden salvo que “alguna fuerza”, premeditadamente, sepa conducirlo evolutivamente hacia él.
Todo lo dicho hasta el momento -así como lo que viene a continuación es profundo pero, a la vez, sencillo de entender. Lo profundo no tiene porque ser, necesariamente, complicado.
La física cuántica es la parte de la física que se ocupa de investigar las partículas subatómicas y su comportamiento. Y los avances científicos en ese campo son tan sorprendentes que, incluso a pesar de la voluntad de algunos científicos, no hay más remedio que relacionarlos con la filosofía y la metafísica.
«No hay incompatibilidad alguna entre la ciencia y la religión... La ciencia demuestra la existencia de Dios». Derek Barton, premio Nóbel de química en 1969.
Atribuir toda la majestuosa complejidad de La Creación a la casualidad, es semejante a afirmar que un ordenador, o Internet, son fruto de la casualidad y no han necesitado unas mentes que, previamente, hayan sido capaces de elaborar la compleja tecnología que las hace surgir...
Pero ese mismo mundo científico, acepta que el caos no puede generar orden salvo que “alguna fuerza”, premeditadamente, sepa conducirlo evolutivamente hacia él.
Todo lo dicho hasta el momento -así como lo que viene a continuación es profundo pero, a la vez, sencillo de entender. Lo profundo no tiene porque ser, necesariamente, complicado.
La física cuántica es la parte de la física que se ocupa de investigar las partículas subatómicas y su comportamiento. Y los avances científicos en ese campo son tan sorprendentes que, incluso a pesar de la voluntad de algunos científicos, no hay más remedio que relacionarlos con la filosofía y la metafísica.
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Una clara explicación sobre los experimentos más notables de la física cuántica y algunas de las conclusiones que se pueden extraer...
-Esas partículas “sólidas” (unidades de vibración con variable frecuencia y longitud) son las que, sorprendentemente, conforman el mundo físico que nos sustenta.
-Al acelerar una partícula cuántica, ésta no se desplaza de forma lineal sino que “aparece”, “desaparece” y, aunque parezca inverosímil, se ha comprobado que puede estar en dos sitios a la vez a lo largo del recorrido.
-Cuando la forma de realizar una prueba cuántica (con luz o sin luz, por ejemplo) o el modo de observarla varía, varía también el modo con el que dichas ondas eligen moverse durante su trayecto.
-Se ha comprobado que, el acto de observar la vibración cuántica, provoca que esas ondas de energía se conviertan en partículas e influye en su comportamiento.
Dicho de otro modo, de alguna manera el observador transforma la energía en materia, a nivel cuántico.
-Esas partículas “sólidas” (unidades de vibración con variable frecuencia y longitud) son las que, sorprendentemente, conforman el mundo físico que nos sustenta.
-Al acelerar una partícula cuántica, ésta no se desplaza de forma lineal sino que “aparece”, “desaparece” y, aunque parezca inverosímil, se ha comprobado que puede estar en dos sitios a la vez a lo largo del recorrido.
-Cuando la forma de realizar una prueba cuántica (con luz o sin luz, por ejemplo) o el modo de observarla varía, varía también el modo con el que dichas ondas eligen moverse durante su trayecto.
-Se ha comprobado que, el acto de observar la vibración cuántica, provoca que esas ondas de energía se conviertan en partículas e influye en su comportamiento.
Dicho de otro modo, de alguna manera el observador transforma la energía en materia, a nivel cuántico.
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Dado que la materia prima de todo nuestro universo son las partículas cuánticas y, habida cuenta de todo lo anteriormente expuesto y del resultado de otros experimentos aún más complicados, las conclusiones que se deducen de todo ello son las siguientes:
-La materia básica que conforma el universo no es sólida, es energía.
-La totalidad del universo está hecho de energía. La mejor forma de entender a esa energía es representándola como una vibración que, a su vez, se subdivide en ondas (ínfimas unidades independientes de vibración) que saben combinarse entre sí para formar entidades más complejas.
-Esas ondas de energía, junto con las inmutables leyes físicas que rigen en el universo: crean, configuran y mantienen el mundo en el que vivimos.
Por lo tanto, tiene que existir un Gran Observador que, con la influencia de su voluntad, haya conseguido que la Energía pudiera materializarse y evolucionar hasta trasformarse en el mundo que hoy conocemos.
Y es lógico deducir que ese Gran Observador sea también La Energía misma y, al mismo tiempo, el Creador de las Leyes Inmutables del universo.
Por increíble que pueda parecer, hemos de aceptar la evidencia científica de que vivimos en un mundo material en que la materia, por si misma, no existe.
Ese sorprendente y novedoso descubrimiento, viene a coincidir con lo que, desde hace miles de años, afirman las religiones orientales.
Para el budismo y el hinduismo, el mundo físico es una ilusión, a la que llaman Maya, en contraposición a lo que es real pero que nuestros sentidos físicos no son capaces de captar.
Una de las cosas que se deducen del descubrimiento científico del bosón de Higgs es que «El vacío está lleno». Por otra parte, la observación de la realidad física nos muestra que, por encima de la entropía del universo, en este vacío lleno hay un orden y unas leyes del orden.
Así pues, comprobamos que existen tres tipos de realidades: la realidad material (convencional), la realidad vibracional (la cuántica) y la realidad mental (el origen: la mente universal).
-La materia básica que conforma el universo no es sólida, es energía.
-La totalidad del universo está hecho de energía. La mejor forma de entender a esa energía es representándola como una vibración que, a su vez, se subdivide en ondas (ínfimas unidades independientes de vibración) que saben combinarse entre sí para formar entidades más complejas.
-Esas ondas de energía, junto con las inmutables leyes físicas que rigen en el universo: crean, configuran y mantienen el mundo en el que vivimos.
Por lo tanto, tiene que existir un Gran Observador que, con la influencia de su voluntad, haya conseguido que la Energía pudiera materializarse y evolucionar hasta trasformarse en el mundo que hoy conocemos.
Y es lógico deducir que ese Gran Observador sea también La Energía misma y, al mismo tiempo, el Creador de las Leyes Inmutables del universo.
Por increíble que pueda parecer, hemos de aceptar la evidencia científica de que vivimos en un mundo material en que la materia, por si misma, no existe.
Ese sorprendente y novedoso descubrimiento, viene a coincidir con lo que, desde hace miles de años, afirman las religiones orientales.
Para el budismo y el hinduismo, el mundo físico es una ilusión, a la que llaman Maya, en contraposición a lo que es real pero que nuestros sentidos físicos no son capaces de captar.
Una de las cosas que se deducen del descubrimiento científico del bosón de Higgs es que «El vacío está lleno». Por otra parte, la observación de la realidad física nos muestra que, por encima de la entropía del universo, en este vacío lleno hay un orden y unas leyes del orden.
Así pues, comprobamos que existen tres tipos de realidades: la realidad material (convencional), la realidad vibracional (la cuántica) y la realidad mental (el origen: la mente universal).
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Todo esto es muy interesante pero, aunque admitamos que un Dios existe, lo que realmente nos preocupa es saber si nosotros tenemos trascendencia más allá de esta vida.
Que sepamos a ciencia cierta, nadie ha vuelto jamás de la tumba para demostrarnos palpablemente que la vida continua después de la muerte física.
Aparentemente, ese es un demoledor argumento que no se puede rebatir; pero si profundizamos un poco en él, veremos que sí se puede contrarrestar.
Supongamos que una persona llamada Daniel está habituada a ver pasar por su calle a un coche rojo pero no conoce a su propietario y, cierto día, le comentan que ese coche ha quedado destrozado en un accidente pero el conductor ha salido ileso.
El dueño de aquel coche puede circular ahora conduciendo otro automóvil, o bien puede haberse comprado una moto, o haber decidido mudarse a otra ciudad. Daniel no tiene porqué saberlo.
De la misma manera, cuando un cuerpo queda sin vida, efectivamente ya no se puede recuperar; pero ello no tiene porqué significar que la mente no pueda sobrevivir.
Por supuesto es sólo una bonita teoría. Ahora hace falta demostrar que el conductor, la mente, sobrevive a la destrucción de su vehículo físico y temporal.
Las experiencias contadas por diversas personas que han estado en coma, referentes a visiones reconfortantes provenientes de otra dimensión, servirían para ratificar la teoría de la supervivencia de nuestro ser más allá del plano material, si pudieran considerarse totalmente dignas de crédito.
Desgraciadamente, a primera vista, cabe la posibilidad de explicarlas como un último recurso psicológico que nuestro cerebro, ante la inminencia de su muerte, activa para autoengañarse y no angustiarse ante la realidad de su inevitable extinción.
Por lo tanto, aunque las personas que han vivido dichas experiencias no dudan de la veracidad de su experiencia interna; para los demás la duda permanece en el aire.
Que sepamos a ciencia cierta, nadie ha vuelto jamás de la tumba para demostrarnos palpablemente que la vida continua después de la muerte física.
Aparentemente, ese es un demoledor argumento que no se puede rebatir; pero si profundizamos un poco en él, veremos que sí se puede contrarrestar.
Supongamos que una persona llamada Daniel está habituada a ver pasar por su calle a un coche rojo pero no conoce a su propietario y, cierto día, le comentan que ese coche ha quedado destrozado en un accidente pero el conductor ha salido ileso.
El dueño de aquel coche puede circular ahora conduciendo otro automóvil, o bien puede haberse comprado una moto, o haber decidido mudarse a otra ciudad. Daniel no tiene porqué saberlo.
De la misma manera, cuando un cuerpo queda sin vida, efectivamente ya no se puede recuperar; pero ello no tiene porqué significar que la mente no pueda sobrevivir.
Por supuesto es sólo una bonita teoría. Ahora hace falta demostrar que el conductor, la mente, sobrevive a la destrucción de su vehículo físico y temporal.
Las experiencias contadas por diversas personas que han estado en coma, referentes a visiones reconfortantes provenientes de otra dimensión, servirían para ratificar la teoría de la supervivencia de nuestro ser más allá del plano material, si pudieran considerarse totalmente dignas de crédito.
Desgraciadamente, a primera vista, cabe la posibilidad de explicarlas como un último recurso psicológico que nuestro cerebro, ante la inminencia de su muerte, activa para autoengañarse y no angustiarse ante la realidad de su inevitable extinción.
Por lo tanto, aunque las personas que han vivido dichas experiencias no dudan de la veracidad de su experiencia interna; para los demás la duda permanece en el aire.
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Creer en Dios por principio, sin tener argumentos sólidos para ello, es sospechoso de subjetividad interesada y, en consecuencia, dicha fe no es objetivamente digna de crédito...
Y que, en vez de ser tolerantes, saber dar ejemplo y tener argumentos sólidos para razonar; históricamente han utilizado las armas de la intolerancia, el fanatismo y la hipocresía.
Paradójicamente, puede afirmarse que algunas religiones, con su actitud, consiguen convertirse en una gran fábrica de ateos.
Y que, en vez de ser tolerantes, saber dar ejemplo y tener argumentos sólidos para razonar; históricamente han utilizado las armas de la intolerancia, el fanatismo y la hipocresía.
Paradójicamente, puede afirmarse que algunas religiones, con su actitud, consiguen convertirse en una gran fábrica de ateos.
Los tiempos de libertad favorecen el que, poco a poco, los sensaciones de agravio vayan olvidándose y, los prejuicios que dichos sentimientos generaron, diluyéndose. Es entonces cuando la objetividad puede abrirse paso nuevamente...
Aunque sólo un pequeño porcentaje de la gente que ha estado en coma ha tenido dichas experiencias, en términos totales la cifra es ya muy considerable.
El patrón común de tales experiencias es el de sentirse atraídos por una luz, atravesar un túnel y, una vez dentro de esa indescriptible luz, una maravillosa sensación de paz y felicidad les embargada y algún ser salía a su encuentro y se comunicaba con ellos.
Mientras los médicos estaban tratando de salvar la vida del paciente, por ello se puede afirmar que, mientras esas visiones se producían, no existía la más mínima actividad cerebral.
Asimismo, otras posibles explicaciones neurológicas o psicológicas han sido descartadas.
Aunque sólo un pequeño porcentaje de la gente que ha estado en coma ha tenido dichas experiencias, en términos totales la cifra es ya muy considerable.
El patrón común de tales experiencias es el de sentirse atraídos por una luz, atravesar un túnel y, una vez dentro de esa indescriptible luz, una maravillosa sensación de paz y felicidad les embargada y algún ser salía a su encuentro y se comunicaba con ellos.
Mientras los médicos estaban tratando de salvar la vida del paciente, por ello se puede afirmar que, mientras esas visiones se producían, no existía la más mínima actividad cerebral.
Asimismo, otras posibles explicaciones neurológicas o psicológicas han sido descartadas.
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Ciertas personas, además de haber experimentado las sensaciones antes mencionadas en estado de coma, han ido aún más allá y han vivido la experiencia de estar fuera de su cuerpo, asociada a una claridad mental imposible de conseguir cuando están constreñidas por el cuerpo físico.
Esas personas han sido capaces de ver a su propio cuerpo desde fuera de él, al igual que han visto y oído al personal sanitario, el instrumental e incluso, en algunos casos, estancias diferentes a aquella en la que su cuerpo se alojaba.
En dichos casos, esas percepciones “desde el techo” han resultado ser mucho más nítidas y agudas que cuando la mente estaba encerrada en el propio cuerpo.
Se ha podido constatar que la información proporcionada por esos pacientes, después de superar su coma, respecto a lo que habían visto y oído era verídica.
Pero lo más sorprendente es que, en algunos de esos casos, dicha información hubiera sido imposible de obtener aunque esa persona hubiera estado despierta y con los ojos abiertos en la cama.
Es decir que, realmente, la mente ha tenido que observar los acontecimientos que ha descrito desde otro lugar diferente al que el cuerpo tenía.
Esas personas han sido capaces de ver a su propio cuerpo desde fuera de él, al igual que han visto y oído al personal sanitario, el instrumental e incluso, en algunos casos, estancias diferentes a aquella en la que su cuerpo se alojaba.
En dichos casos, esas percepciones “desde el techo” han resultado ser mucho más nítidas y agudas que cuando la mente estaba encerrada en el propio cuerpo.
Se ha podido constatar que la información proporcionada por esos pacientes, después de superar su coma, respecto a lo que habían visto y oído era verídica.
Pero lo más sorprendente es que, en algunos de esos casos, dicha información hubiera sido imposible de obtener aunque esa persona hubiera estado despierta y con los ojos abiertos en la cama.
Es decir que, realmente, la mente ha tenido que observar los acontecimientos que ha descrito desde otro lugar diferente al que el cuerpo tenía.
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Una vez constatado todo ello, la única explicación posible es que la mente y el cerebro no son lo mismo. La mente es independiente del cerebro y, en consecuencia, el cerebro es sólo un recipiente receptor y limitador, en nuestro cuerpo físico, de esa poderosa energía mental (la conciencia).
Sólo puede encontrar la Verdad aquél que busca con libertad interior. La libertad interior es más que la posibilidad de poder hacer lo que uno quiera.
Se tiene libertad interior en todos aquellos momentos en que somos capaces de olvidarnos de las preocupaciones del Ego sin renunciar a la propia autoestima como Ser.
Todos hemos vivido instantes en que, en vez de sentirnos inseguros o desasosegados, hemos logrado desapegarnos de nosotros mismos y mirar la vida desde un enfoque más racional...
También hemos de tener en cuenta que para encontrar ostras con perlas hay que bucear profundamente. No es válido concluir que no existen y son sólo una quimera por no haber profundizado bastante o porque, al primer intento, descubrimos una y estaba vacía.
Aunque la mayoría de las personas que pretenden tener facultades paranormales son un fraude, lo cierto es que, sabiendo separar la paja del trigo, cada uno puede llegar a constatar sin demasiada dificultad la realidad de dichos fenómenos.
Vaya por delante la aclaración de que religiosidad, magia y espiritualidad son conceptos, en principio, muy diferentes. Es más fácil ser amigo de lo que luce que verdadero amigo de la luz.
Y muchas veces, tras la búsqueda de poderes extrasensoriales, hay más afán de dominio y vanidad que misticismo y humildad espiritual....
Ciertos fenómenos del subconsciente (como la hipnosis y la telepatía), han podido ser constatados y, por ello, aceptados científicamente.
La hipnosis, en concreto, es utilizada en psiquiatría sin ningún pudor intelectual cuando se considera oportuno.
Sin embargo, para toda aquella fenomenología que tenga que ver con el subconsciente, no existe una explicación verdaderamente plausible, desde un punto de vista puramente material.
También está ya científicamente analizado el hecho de que, cuando una persona parece estar produciendo algún fenómeno paranormal, su cerebro está generando ondas (vibraciones) de diferente frecuencia a las que produce un funcionamiento normal en estado de vigilia.
Es como si el cerebro tuviera la capacidad, aún poco conocida y controlada, de penetrar en una dimensión con capacidades de percepción más agudas y diferentes cuando algo lo altera: sea el miedo, la fe o algún influjo misterioso interior o exterior.
Aquí se nos presenta un típico dilema del carácter humano: creer en algo que hemos podido constatar o, como no coincide con nuestros esquemas y no le encontramos explicación, negarnos a aceptarlo.
Si no fuera porque la inseguridad de nuestro ego altera nuestra objetividad, y difícilmente somos capaces de observar las cosas separándolas de nuestro egocentrismo, las experiencias de nuestra vida cotidiana podrían ser suficientes para sentir como es el aliento espiritual quien hace palpitar la vida...
La hipnosis, en concreto, es utilizada en psiquiatría sin ningún pudor intelectual cuando se considera oportuno.
Sin embargo, para toda aquella fenomenología que tenga que ver con el subconsciente, no existe una explicación verdaderamente plausible, desde un punto de vista puramente material.
También está ya científicamente analizado el hecho de que, cuando una persona parece estar produciendo algún fenómeno paranormal, su cerebro está generando ondas (vibraciones) de diferente frecuencia a las que produce un funcionamiento normal en estado de vigilia.
Es como si el cerebro tuviera la capacidad, aún poco conocida y controlada, de penetrar en una dimensión con capacidades de percepción más agudas y diferentes cuando algo lo altera: sea el miedo, la fe o algún influjo misterioso interior o exterior.
Aquí se nos presenta un típico dilema del carácter humano: creer en algo que hemos podido constatar o, como no coincide con nuestros esquemas y no le encontramos explicación, negarnos a aceptarlo.
Si no fuera porque la inseguridad de nuestro ego altera nuestra objetividad, y difícilmente somos capaces de observar las cosas separándolas de nuestro egocentrismo, las experiencias de nuestra vida cotidiana podrían ser suficientes para sentir como es el aliento espiritual quien hace palpitar la vida...
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Durante todo ese tiempo, cada vez que un barco aparecía en el horizonte, lo primero que de él se divisaba era el mástil y las velas: como consecuencia de la curvatura del planeta.
Sin embargo, no parece que nadie, en todo ese extenso periodo de tiempo, observara nada extraño en ese fenómeno que le llevara a deducir la redondez de la tierra.
La realidad estaba ahí cotidianamente; pero la concepción que se había formado el ser humano del universo le impedía tener la libertad mental suficiente para descubrirla.
"Si uno estudia la complejidad del ADN, la cantidad de información contenida en cada una de nuestras células, se da cuenta de que es equivalente a la información de una biblioteca con 1.200 libros.
Eso es increíblemente complejo, porque no se trata de repeticiones de secuencias. Cada frase, que sería equivalente a un gen, tiene un sentido.
Pensar que la organización de todo esto se debe al puro azar y al transcurso del tiempo viola cualquier estudio matemático, cualquier análisis de probabilidades...
Una vez aclarado que “necesariamente” tiene que haber un Ser Creador y Autoexistente, la cuestión que se plantea a continuación es la de intentar averiguar cuál es la intención del Creador al procurar nuestra existencia.
Sin embargo, no parece que nadie, en todo ese extenso periodo de tiempo, observara nada extraño en ese fenómeno que le llevara a deducir la redondez de la tierra.
La realidad estaba ahí cotidianamente; pero la concepción que se había formado el ser humano del universo le impedía tener la libertad mental suficiente para descubrirla.
"Si uno estudia la complejidad del ADN, la cantidad de información contenida en cada una de nuestras células, se da cuenta de que es equivalente a la información de una biblioteca con 1.200 libros.
Eso es increíblemente complejo, porque no se trata de repeticiones de secuencias. Cada frase, que sería equivalente a un gen, tiene un sentido.
Pensar que la organización de todo esto se debe al puro azar y al transcurso del tiempo viola cualquier estudio matemático, cualquier análisis de probabilidades...
Una vez aclarado que “necesariamente” tiene que haber un Ser Creador y Autoexistente, la cuestión que se plantea a continuación es la de intentar averiguar cuál es la intención del Creador al procurar nuestra existencia.
Dotar a nuestra vida de experiencias y a nuestra mente de la capacidad necesaria para evolucionar y tener la posibilidad de perfeccionarse.
Cuando una mujer decide traer un ser a la vida y convertirse en madre ¿Qué la motiva, normalmente?. La respuesta que cada uno dé a esa pregunta, vale igualmente para las intenciones de Dios al generar la Creación.
“Creando se encuentra Dios a sí mismo”. Rabindranath Tagore
Fuente: El autor del Universo, de Joaquín Ferrer Martínez.
Web: www.psicodescodificacion.com