EL TAO.
Los cinco colores nublan la visión.
Las cinco notas aturden el oído.
Los cinco sabores arruinan el paladar.
La prisa y la ambición arrebatan el corazón.
Los objetos preciosos perturban la conducta.
Por eso el sabio se preocupa del cuerpo y no del ojo.
Rechaza lo último y adopta lo primero.
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Al mirarlo no lo vemos, pues es invisible.
Al escucharlo no lo oímos, pues es inaudible.
Al palparlo no lo sentimos, pues es impalpable.
Esas tres cualidades - invisible, inaudible,
Impalpable - juntas forman el uno.
En el uno lo superior no deslumbra,
lo inferior no es oscuro.
Lo insondable es un flujo permanente que no admite
nombre.
Siempre retorna al no-ser.
Es la forma sin forma,
la imagen de lo inmaterial,
innacesible para la imaginación.
Al mirarlo de frente, no vemos su rostro,
al seguirlo, no vemos su espalda.
Si para dominar la existencia de hoy
te adhieres al Tao de los antiguos,
podrás conocer el remoto origen.
Es el hilo ininterrumpido del Tao.
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Los antiguos maestros eran sutiles, penetrantes,
misteriosos y poco comprendidos.
Eran tan profundos
que no podemos conocerlos.
No conociéndolos,
apenas sabemos describir su apariencia.
Eran tardos,
como los que atraviesan un río en invierno.
Prudentes,
como los que no quieren ofender a sus vecinos.
Discretos,
como los invitados.
Pasajeros,
como el hielo que se va a fundir.
Sencillos,
como la madera sin trabajar.
Disponibles, como un amplio valle.
Y opacos, como el agua turbia.
¿Quién puede, como ellos, a través del reposo
aclarar poco a poco lo turbulento?
¿Quién puede, como ellos,
permanecer inmóvil hasta que llega el momento de la acción?
Quien se atiene al Tao
no anhela la abundancia.
Por no estar colmado
puede ser humilde,
eludir lo nuevo
y alcanzar la plenitud.
Fuente: Tao Te Ching de Lao Tse
Más información: associacioculturalhypatia@yahoo.es