El árbol orgulloso
Rompiendo la tierra que calentaba la semilla, la plantita nació fuerte y saludable. Los otros árboles del huerto, sus hermanos, quedaron inmediatamente encantados con el nuevo brote.
Y amables, todo hacían para hacerle la vida más confortable. La pequeña planta, sin embargo, desde pronto demostró ser orgullosa y egoísta, tratando a todos con arrogancia y falta de respeto, consciente de su belleza.
Realmente, la plantita crecía robusta y bella. Era un lindo árbol fructífero y a medida que se desarrollaba se hacía más y más engreído y desagradable.
Decía para los otros árboles:
- ¡Ved que lindas hojas! ¡Que tonalidad y brillo! Nadie posee un ropaje de coloreado igual a mi.
En poco tiempo había crecido tanto que ya había superado en altura a sus compañeros. Era un mango enorme.
Y mirando de arriba para los otros allá abajo, el hablaba con desprecio:
– ¡Ved como crecí! Tengo tronco ancho y fuerte e inmediatamente podré alcanzar el cielo.
Cuando el viento soplaba con violencia, el reía de la desesperación de los otros árboles intentando resistir a las rachas fuertes que amenazaban despedazarles las ramas.
Y afirmaba, convencido:
– ¡Sólo yo soy capaz de resistir a los vientos y tempestades, pues no soy débil cómo vosotros!
En cierta ocasión, cuando el río, incapaz de soportar el volumen de agua causado por las fuertes lluvias en la región, rebosó e inundó el huerto.
El mango orgulloso hacía poco caso de los otros árboles más pequeños, que luchaban bravamente para no ser arrastrados por las aguas, diciendo que sólo el tenía raíces firmes y seguras.
Y los árboles, humillados, bajaron las frentes, sin decir nada. Cuando el agricultor venía a desinfectar el huerto, el lo rechazaba terminantemente.
Alegando con firmeza:
– No necesito de protección. Soy fuerte y resistente. Nada puede abatirme. ¡Además de eso, el veneno me asfixia y me deja todo sucio!.
Pero un día aquel lindo mango que se creía imbatible, capaz de resistir a los vientos y tempestades, a las invasiones e inundaciones, que poseía orgullo de su porte y de su belleza, se sintió debilitarse.
Ya no tenía más coraje ni ánimo. En poco tiempo, sus hojas fueron quedando feas y cayendo. Su tronco perdió la firmeza y sus ramas quedaron quebradizas.
Ya no daba más aquellos lindos cargamentos de frutos dulces y blandos. Cuando el agricultor, percibiendo que el lindo mango estaba enfermo, fue a examinarlo, ya no tenía más disposición.
El lindo y orgulloso mango estaba condenado. Fue atacado por pequeños e insignificantes gusanos que le roían el tronco poderoso.
Editado por A. C. Hypatia. Historias Morales: Niños
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