Los dos mares
Narra el escritor Bruce Barton que, en la Palestina, existen dos mares bien distintos.
El primero de ellos es fresco y lleno de peces. Posee márgenes adornadas con bonitas plantas y muchos árboles las rodean, volcando sus gajos en sus aguas, mientras se reclinan las raíces en las aguas saludables para saciarse.
Sus playas son acogedoras y los niños juegan felices y tranquilos.
Ese mar de burbujeantes aguas es constituido por el río Jordán. Alrededor suyo, todo es felicidad.
Las aves construyen sus nidos, enriqueciendo con sus cantos el paisaje de paz y de risas. Los hombres edifican sus casas en las cercanías para disfrutar de esa clase de vida.
Mas, el río Jordán prosigue más allá, en dirección al sur, en dirección a otro mar.
Allí todo parece tristeza. No hay canto de pájaros, ni risas de niños. No hay trazos de vida, ni murmullo de hojas.
Los viajeros escogen otras rutas, desviándose de ese mar de aguas no buscadas por hombres, ni cabalgaduras, ni ave alguna.
Si ambos mares reciben las aguas del mismo río, el generoso Jordán, ¿porque habrá entre ambos tanta diferencia?
En uno, todo canta la vida, en el otro parece amenazar la muerte.
No es el río Jordán el culpable, ni causa es el suelo sobre el cual están, o los campos que los rodean.
La diferencia está en que el Mar de Galilea recibe el río, mas no detiene sus aguas, permitiendo que toda gota que entre, también salga, adelante.
En él, el dar y recibir son iguales.
El otro es un mar avariento. Guarda con celo todas las gotas que en él ingresan. La gota llega y allí se queda. En él no hay ningún impulso generoso.
El Mar de Galilea da de forma incesante y vive de manera abundante. El otro nada da y es llamado Mar Muerto.
Tejiendo un paralelo entre el corazón humano y los dos mares descriptos, podemos luego reconocer si tenemos un alma generosa igual al Mar de Galilea o avarienta y celosa cual el Mar Muerto.
Los que estamos habituados a distribuir los dones y talentos que la vida nos concede, somos los seres favorecidos con la alegría de vivir, con abundante círculo de amigos, flores de cariño y follajes de ternura.
Si nos habituamos a vivir solos, sin repartir nada, dividir o compartir estamos sembrando soledad a nuestra vuelta, tristeza y desamparo.
Porque la vida es cual inmensa siembra que retribuye la cosecha, de acuerdo con los granos cultivados.
El Mar de Galilea también es conocido, en el Antiguo Testamento, como o Mar de Kinneret o Lago de Tiberiades.
Las márgenes del Mar de Galilea son los que se extendían hacia las ciudades de Magdala, Cafarnaúm, Tiberiades y Betsaida.
Dos dois mares de Bruce Barton
Editado por A. C. Hypatia. Historias Morales: Jóvenes
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