EL TAO.
El Tao que puede ser expresado con palabras
no es el Tao eterno.
El nombre que puede ser pronunciado
no es el nombre eterno.
Lo que no tiene nombre es el principio del cielo y la tierra.
Lo que tiene nombre es la madre de todas las cosas.
La permanente ausencia de deseos
permite contemplar el gran misterio.
La constante presencia de deseos
permite contemplar sus manifestaciones.
Ambos estados tienen un origen común
y con nombres diferentes aluden a una misma realidad.
El infinito insondable es la puerta de todos los misterios.
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Porque todos consideran bello lo bello, así aparece lo feo.
Porque todos admiten como bueno lo bueno, así surge lo no bueno.
Ser y no ser se engendran mutuamente.
Lo difícil y lo fácil se forman entre sí.
Lo largo y lo corto se transforman mutuamente.
Lo alto y lo bajo se completan entre sí.
Sonido y silencio se armonizan mutuamente.
Delante y detrás se suceden entre sí.
Es la ley de la naturaleza.
Por eso el sabio obra sin actuar y enseña sin hablar.
Todos los seres se renuevan sin cesar.
Así él crea sin esperar nada. Cumple su obra pero no reclama su mérito.
Y precisamente porque no lo reclama su mérito nunca le abandona.
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No favoreciendo a los mejores, se evita la discordia en el seno del pueblo.
No acumulando tesoros, se evita que el pueblo robe.
No exhibiendo riquezas, se evita la confusión en los corazones.
Por eso el sabio, al gobernar, vacía de deseo los corazones
y llena los
estómagos, debilita las ambiciones y fortalece los huesos.
Mantiene al pueblo alejado del conocimiento de lo malo y del deseo de lo bueno,
y procura que los astutos no tengan oportunidad de intervenir.
Practica el no-hacer y de esa forma todo se reconduce.
Fuente: Tao Te Ching de Lao Tse